Estas banderas están hechas a partir de la experiencia, con ellas hago resonancia de las voces del pensamiento colectivo sobre la crítica situación de la educación en todos sus estamentos. Estas banderas reproducen el tricolor nacional con otros colores más interesantes. Son divertidas porque simbolizan la belleza de las personas que, por sentido común reconocen y se resisten a la mala educación que en los últimos años acabó de desmantelarnos la historia.

Con casi cuatro décadas de trabajar en arte, y tras haber expandido significados y sentido, hoy reconozco que arte y poder se necesitan mutuamente. Nuestro presente está marcado por la pulverización y debilitamiento de lo comunitario, la balcanización y privatización de las naciones; el despojo de sus territorios a las comunidades y su reemplazo en el imaginario social por grupos de interés. Hoy desaparecen la objetividad y la verdad. Por eso, propongo salir del espejo para caminar a contracorriente hacia el pasado que no deberíamos olvidar, como lo están haciendo los niños en nuestras escuelas, y los jóvenes en las universidades, tan empachadas de pedagogías como pobres en enseñanza.

Porque sabemos que educar es siempre un valioso proyecto, quisiera que estos estandartes tuviesen el poder de convocar a la autoorganización del campo artístico para persuadir al poder sobre la viabilidad y beneficios de diferenciar y descolonizar la educación artística universitaria, con alternativas autónomas distintas a la actual.

Es ingenuo pensar que los agentes políticos (privilegiados) del Estado y del campo artístico actúen en desobediencia a las agendas supranacionales. Pero sería tan hermoso verlos desmantelar la desalentadora y asfixiante tecnocracia que está destrozando la educación en todas partes.

La presión social y directrices claras son indispensables. Es obvio que sería beneficioso y estratégico sumar la enseñanza de las bellas artes y los oficios artesanales, además de las tecnologías digitales, para complejizar las escenas locales, porque de diversificarían opciones que los artistas puedan incorporar a sus líneas de investigación.

Es crucial que las universidades asuman su rol crítico y propositivo en relación a las políticas culturales, para que no se desvirtúen en normas de disciplinamiento y control blando para beneficio de las élites y las industrias del llamativo turismo cultural.

Si bien estas banderas documentan la indiferencia, el fatalismo no es una postura política, sino reaccionaria. Esta convocatoria se dirige sobre todo a los jóvenes, instándolos a ejercer como lo que son: curiosos e intrépidos en edad de pelear, de cuestionar, explorar, de desmarcarse del establishment y replantear lo que no funciona.

Jóvenes, no caigan en las trampas del poder que, hoy más que nunca, emplea simulacros y dobles banderas, jóvenes artistas, dejen de autodenominarse como “emergentes”; recobren su juventud y actúen de manera consecuente.